la obra sin nombre


La obra sin nombre was written towards the end of 2005.

It was published in Albricias Magazine and won first place at the Miami-Dade County Fair.
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Diez horas esperé en aquella esquina como si la vida dependiera de ello. Y de hecho así lo era, ya que ella tenía mi corazón en sus manos y el sólo pensar que se le cayera al suelo me ponía los pelos de punta. Podía sentir como al cabo de unos minutos mis rodillas comenzaban a doblarse y mis piernas a flaquear. La humedad de la tierra, encarcelada bajo el cemento, me llamaba y me sentía cada vez más cerca al abismo, hundiéndome agotado y cansado, ya sin aliento de tanto correr. Pensé que la encontraría al llegar, pero no fue así. Miré hacia arriba y ví que el sol todavía no alcanzaba su cenit, y supuse que había llegado temprano. Las nubes del cielo se habían desvanecido. Parece que se las llevó un recio viento y la calor me tenía empapado. Esperé y esperé y esperé: tenía tantas ganas de sentir otra vez. Pero mi corazón no llegaba; ella no estaba. Las tiendas estaban cerradas y la gente escondida, porque no veía a nadie y los autos no pasaban. Por un segundo me parecía estar muerto y creía ver fantasmas, figuras espantagóricas bailando a lo lejos.
Pasaron las estrellas, los cometas, y la luna. Llamas del otro mundo aparecían en lugares escondidos, y los desolados, buscando tesoro, acudían a ellas sólo para encontrar que los entierros se movían, dejándolos aún más desolados. Ví desde el suelo todas las cosas pasar, y ví a un cielo estrellado, a los brazos de un sol que pretendía alcanzar a su amante, la Olea, la luna. Fue entonces que supe que la noche había pasado, y que el presente era la aurora. Supe como en un sueño que la gente se escondía, que las tiendas estaban cerradas, que no había nadie todavía, y que el futuro vendría. Eran diez horas más. Con mis ojos busqué el horizonte porque sabía que allí la vería. Tantas veces la había visto venir, pero ahora no cerré los ojos. Ví la silueta caminando, triste y lentamente, cautelosa, con pequeños pasos. Regresaban las nubes lentamente, mortificándome, dejándome sufrir bajo el sol ya despierto, derramando su voz mientras derramaba yo el sudor. La noche me hizo bien pero mi mente estaba exhausta. Me puse de pie para recibirla, para poder exlicarle lo todo y la nada que sabía yo entonces.
Traía sobre sus ojos una venda negra, y en sus manos abiertas, mi corazón a laa diestra y en su siniestra una flecha dorada. Era ella sin duda, y por un momento imposible me pareció creer que dejaba caer una lágrima al suelo. Pero esto no lo ví, porque mis ojos ya morían y querían descansar. Con los ojos cerrados supe que ella estaba delante de mí, y que el sol estaba ya en su cenit. Sabía lo que habría de acontecer, que me daría el regalo más grande del mundo. Siguiendo los consejos de aquellos cobardes ahora escondidos, con sus propias manos ella había hecho una flecha de oro puro. Me la presentaría como un herrero presenta una espada a un caballero. Pondría la punta sobre su mano derecha, sin saber que en ella se encontraba mi corazón, y se arrodillaría frente a mí con el obsequio en sus manos. Sin saber, sin ver, terminó la obra sin nombre a la cual se le había asignado, y me ofreció aquel objeto perverso, tan valioso como el oro del cual había sido formado. Tomé mi regalo y sentí con el tacto cuán hermosa había diso la penetración de la flecha; el corazón había sido atravesado por el medio, formando indudablemente una simetría perfecta. Vacío, desolado, estremeciéndome del miedo y del llanto, me dejé caer al suelo. Miré su tierna sonrisa inocente, sus ojos vendados, sus manos vacías sin marcas, y lloré aún más al ver que no entendía nada. Pero al ver una lágrima bajar por su cara hasta tocar su sonrisa y entrar en su boca amarga, me pareció comprender algo más. La abracé fuertemente, acercándola a mí, como si pudiera así protegerla de los enemigos invisibles que nos rodeaban. Sentí que sus ojos me miraban a través de la negra oscuridad. Sentí que en su pecho no había latido alguno. Sentí que no habían sido sus manos las que transformaron el oro, y así descubrí que yo ya no estaba solo en aquella esquina del mundo, que yo no era el único.
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